El complejo de Edipo existe en la infancia de todo ser humano, experimenta considerables modificaciones en el curso del desarrollo y en muchos individuos subsiste con variable intensidad aun en la edad madura. Sus caracteres esenciales, su universalidad, su contenido, sus vicisitudes mismas, han sido reconocidos, mucho antes de que surgiera el psicoanálisis, por un pensador tan agudo como Diderot. Así lo atestigua un pasaje de su renombrado diálogo, Le neveu de Romeau, cuya traducción por Goethe en el tomo XLV de la Sophienausgabe dice en la página 136 lo siguiente: «Si el pequeño salvaje quedase librado a sí mismo y si conservase toda su imbecilidad; si uniera a la escasa razón de un niño de pecho la violencia de las pasiones de un hombre de treinta años, por cierto que le retorcería el cuello al padre y deshonraría a la madre.» Si se hubiese demostrado objetivamente que Philipp Halsmann mató a su padre, tendríase, en efecto, el derecho de invocar el complejo de Edipo para motivar una acción incomprensible de otro modo. Dado que tal prueba, empero, no ha sido producida, la mención del complejo de Edipo sólo puede inducir a confusión, y en el mejor de los casos es ociosa. Cuanto la instrucción ha revelado en la familia Halsmann con respecto a conflictos y desavenencias entre padre e hijo no basta en modo alguno para fundamentar la presunción de una mala relación paterna en el hijo. Sin embargo, aunque así no fuera, cabría aducir que falta un largo trecho para llegar a la motivación de semejante acto. Precisamente por su existencia universal, el complejo de Edipo no se presta para derivar conclusiones sobre la culpabilidad. De hacerlo, llegaríase fácilmente a la situación admitida en una conocida anécdota: ha habido un robo con fractura; se condena a un hombre por haber hallado en su poder una ganzúa. Leída la sentencia, se le pregunta si tiene algo que alegar, y sin vacilar exige ser condenado además por adulterio, pues también tendría en su poder la herramienta para el mismo.
La importancia de la formación del psicoanalista se muestra aquí evidente, pues psicoanalizar no es aplicar el psicoanálisis.
Sigmund Freud atribuye el nombre de «
complejo de Edipo» a toda una construcción psíquica cuya característica principal es el aspecto sexual del niño en determinada fase de su crecimiento, al proyectar el sujeto infantil sus deseos sexuales sobre las personas más próximamente afines a él. Freud cita explícitamente ésta obra para ilustrar sus tesis de que los deseos incestuosos son una primitiva herencia humana y que el mito griego debió tener esta misma significación.
El tercer tema que se infiere es la auto-agresión. Edipo lesionase a sí mismo, cegándose, como castigándose por haberse casado con su madre y haber matado a su padre. Aquí también cabe recalcar la importancia del
Complejo de Edipo y su ejemplificación en esta obra.
El cuarto tema es el heroísmo.
Nietzsche habla de esta obra en el capítulo nueve del
Nacimiento de la tragedia. Presenta a Edipo como un transgresor. Él es un héroe condenado a caer por querer ir demasiado lejos. Al transgredir la naturaleza y más aún, las normas sociales, y querer averiguar aquello que está prohibido, Edipo descubre un mundo que está vetado a la vista del resto de los mortales. Él comete una versión masculina, heroica, del pecado original, de la seducción del árbol del conocimiento que condena a la humanidad a abandonar la inocencia. En este caso es su curiosidad y su entereza lo que le estimula a investigar. Ese abandono de la inocencia, de la cómoda ignorancia es el destino cruel y heroico de Edipo. Y su gesta consiste en su sacrificio. Como
Prometeo, él paga por un bien que la humanidad recogerá tras su acción.
El quinto tema es el culto a los dioses. A través de toda la obra se ve claramente reflejada la gran influencia que tenían los dioses en cada uno de los acontecimientos, la manera como éstos regían el destino de los personajes y sobre todo la convicción de que lo que dijeran los dioses era exactamente lo que ellos tenían que hacer, es decir, que el mundo estaba regido por las leyes divinas. Esto indudablemente confirma la mentalidad politeísta de los griegos, para quienes los dioses tenían una importancia absoluta ya que la mayoría de las cosas giraban en torno a ellos
Amelia Diez Cuesta